De los nudillos de acero de Camila goteaba la sangre de su actual víctima. Se acercó a la mesa donde se encontraba todo el material que había estado utilizando contra Pol. Mientras limpiaba cada rincón de su mano mecánica con la toalla que acababa de recoger, miraba a Pol en silencio y le escuchaba. Quizás, en la desesperación, dijera algo interesante entre sollozos.
Depositó la toalla doblada sobre la mesa, en el mismo hueco de donde la había cogido. Se acercó hasta Pol y flexionó su rodilla derecha, apoyándola en el suelo de tal forma que ahora se encontraba a escasos centímetros de él, lo suficiente como para oler su miedo.
Pol se estremeció.
— Por favor… yo…
— Vamos, Pol. Acabamos de empezar. Pero me estoy dando cuenta de que eres demasiado terco… todavía no me has dicho lo que quiero oír —Camila le sonreía de forma burlona y levantó su brazo derecho, provocando un ruido mecánico que a Pol le heló la sangre.
— ¡T-te he dicho todo lo que sé, t-te lo juro por mi vida!
— A la vista está que tu vida no vale mucho, Pol. No me gusta que me mientan —Abrió y cerró los dedos de la mano provocando un sonido chirriante aterrador —Estuviste allí, hace diez años. Lo recuerdo como si fuese ayer. En los últimos días, alguno de tus compañeros ha cantado a la primera y sé que matasteis a mi hermana después de matar a mis padres y darme a mí por muerta.
“¡Hermana!” Era lo que cada mañana, al despertar, escuchaba Camila en su cabeza. Todavía sentía la fuerza con la que apretó la mano de Brenda, en un intento vano de salvarla. La sensación que sintió al soltarla, obligada por la fuerza que ejercían sus captores al tirar de ellas, le acompañaría toda la vida. Después de aquello y tras la explosión, su mundo se tornó oscuro. Despertó días después sin su brazo derecho en una cama mugrienta, en una habitación desconocida donde la habían escondido. El hermano de su padre, el segundo al mando de aquella ciudad sin ley, la había salvado y ella acabaría heredando el oscuro negocio familiar.
— E-era un mensaje… ya sabes cómo funcionan los suburbios… el cuerpo de tu hermana colgando del brazo de la estatua de tu padre mand…
— Sí, Pol, ya lo sé, mandaba un mensaje. Pronto tu jefe recibirá el suyo. Pero dime… ¿dónde está el cuerpo de mi hermana? Mis hombres se están impacientando —Camila señaló a tres siluetas, que se encontraban justo detrás de ella, al amparo de la oscura habitación iluminada por una única bombilla sobre la cabeza de Pol. Cada uno de ellos llevaba utensilios aterradores alrededor de los nudillos.
— No lo sé… te juro que no lo sé. Yo sólo miraba, no era más que un espectador de todo aquello, no hice nada…
El dolor que sentía constantemente en su hombro, allí donde piel, carne e instrumento se unían, la acompañaba siempre. El dolor de su alma, la impulsaba incasablemente. Camila no se detendría hasta encontrar a su hermana y darle la paz que merecía.
— Exacto, no hiciste nada. En fin… gracias por nada, Pol —Camila clavó sus dedos afilados en la garganta de Pol y le miró a los ojos mientras se le escapaba su último aliento — Traedme al siguiente.
El cuerpo de Pol sería enterrado al igual que sus predecesores. En un lugar donde nadie pudiera encontrarlo.
© Verónica C. Ramón. Todos los derechos reservados.
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